Érase una vez una pareja pobre y desdichada. Pobre porque no tenían qué llevarse a la boca y desdichada porque anhelaban tener un bebé que no llegaba.
Tenían una pequeña ventana en la parte trasera de su casa desde la que se veía un espléndido jardín, lleno de maravillosos árboles, flores y hierbas. Sin embargo, estaba rodeado por un alto muro, y nadie se atrevía a entrar porque pertenecía a una hechicera con un gran poder.
Un día, desde la ventana vieron plantado el más bello rampión (rapunzel). Su aspecto era tan fresco y verde que no pudieron resistir a entrar y recogerlo pero la bruja los descubrió.
– ¿Cómo os atrevéis a bajar a mi jardín y robar mi rampión?
– ¡Perdónanos, lo hicimos por pura necesidad!
La bruja se apiadó de ellos y les permitió llevarse todo el rampión que quisieran a cambio de una condición: “debéis darme el niño que tengáis”.
Aceptaron aterrorizados y unos meses mas tarde, la mujer dio a luz a un bebé. Fue entonces cuando apareció la hechicera, dio al niño el nombre de Rapunzel y se lo llevó con ella.
Cuando Rapunzel creció, la hechicera la encerró en una torre en un bosque, sin escaleras ni puertas, pero en lo alto había una ventanita. Cuando la hechicera quería entrar se colocaba bajo la ventana y gritaba:
“Rapunzel, Rapunzel,
Suelta tu pelo para mí.”
Rapunzel tenía una magnífica y larga cabellera, fina como el oro hilado, y cuando oía la voz de la hechicera soltaba los mechones trenzados, los enrollaba en uno de los ganchos de la ventana de arriba, y entonces el pelo caía veinte codos hacia abajo, y la hechicera subía por él.
Al cabo de unos pocos años, sucedió que el hijo del rey cabalgaba por el bosque y pasó junto a la torre. Entonces oyó una canción tan encantadora que se quedó quieto y escuchó. Era Rapunzel, que en su soledad pasaba el tiempo dejando resonar su dulce voz. El hijo del rey quiso subir hasta ella, y buscó la puerta de la torre, pero no la encontró. Volvió a casa a caballo, pero el canto le había llegado tan profundamente al corazón, que todos los días salía al bosque a escucharlo. Una vez, escondido tras un árbol vió cómo la bruja subía por las trenzas. Al día siguiente, cuando empezó a oscurecer, fue a la torre y gritó
“Rapunzel, Rapunzel,
suelta tu pelo hacia mí’.
Inmediatamente el pelo cayó y el hijo del rey subió.
Al principio, Rapunzel se asustó mucho cuando se acercó a ella un hombre como nunca habían visto sus ojos; pero el hijo del rey empezó a hablarle como si fuera un amigo, y le dijo que su corazón se había agitado tanto que no le dejaba descansar, y que se había visto obligado a verla. Entonces Rapunzel perdió el miedo. Acordaron que hasta ese momento él vendría a verla todas las tardes, pues la vieja venía de día.
La hechicera no observó nada de esto, hasta que una vez Rapunzel le dijo:
– “Dígame, Dama Gothel, ¿cómo es que usted es mucho más pesada para mí que el hijo del joven rey?”
– “¡Ah, niña malvada!, gritó la hechicera. “Creí que te había separado de todo el mundo, y sin embargo me has engañado”.
En su cólera agarró los hermosos mechones de Rapunzel, los envolvió dos veces alrededor de su mano izquierda, tomó un par de tijeras con la derecha, y snip, snap, fueron cortados, y las encantadoras trenzas quedaron en el suelo. Y fue tan despiadada que se llevó a la pobre Rapunzel a un desierto donde tuvo que vivir con gran pena y miseria.
Sin embargo, el mismo día en que echó a Rapunzel, la hechicera sujetó las trenzas de cabello que había cortado al gancho de la ventana, y cuando el hijo del rey llegó, la hechicera soltó el pelo. Al subir, se encontró con la hechicera enfurecida que le gritó:
– Querías buscar a tu querida, pero el hermoso pájaro ya no está cantando en el nido; el gato lo ha cogido, y te sacará los ojos también. Rapunzel está perdida para ti; nunca la volverás a ver.
El hijo del rey en su desesperación, saltó de la torre. Escapó con vida, pero las espinas en las que cayó le dejaron ciego. Entonces vagó por el bosque, no comió más que raíces y bayas. No hizo más que lamentarse y llorar por la pérdida de su querida esposa. Así vagó en la miseria durante algunos años, y al final llegó al desierto donde Rapunzel, con los gemelos que había dado a luz, un niño y una niña, vivían en la miseria. Oyó una voz, y le pareció tan familiar que fue hacia ella, y cuando se acercó, Rapunzel lo reconoció y se echó a su cuello y lloró. Dos de sus lágrimas mojaron sus ojos y volvieron a ser claros, y pudo ver con ellos como antes.
FIN

