El Pequeño Abeto de Hans Christian Andersen

Había una vez en el bosque, en un lugar agradable, un abeto joven y fresco, muy orgulloso de su apariencia. Se erguía majestuosamente, mirando a su alrededor y, cuando había otros árboles cerca o en la distancia que no eran tan bonitos como él, decía para sus adentros: “¡Cómo me gustaría que me cortaran y me llevaran a una casa!”

Haber crecido tanto era el mayor orgullo del abeto; habría sido muy feliz de haber sabido cuántas personas hay que no estarían contentas en absoluto si hubieran llegado a su edad. Los juegos de los niños en el bosque le agradaban, así como el viento suave y el sol cálido, la gran nube blanca que cruzaba el cielo y le saludaba: “¡Buenos días!”, ¡y cómo gozaba cuando el sol poniente iluminaba sus ramas!

A fin de cuentas, la cosa sucedió que un día unos leñadores llegaron y, al ver el bello abeto, exclamaron: “¡Qué magnífico! Es justo el que necesitamos”. Y, con unos pocos tajos, el árbol quedó en el suelo.

El abeto sintió un pequeño estremecimiento, una suerte de desmayo, porque las raíces habían sido tajadas. No pudo imaginar que hubiera hecho tan mal uso de sus facultades para crecer alto y hermoso; más bien, pensó que todo había sido de suerte y que lo habían escogido como los otros árboles que se habían quedado atrás en el bosque.

Y, en camino, se llenó de orgullo, de una manera distinta de cuando estuvo en el bosque. Y cuando los leñadores llegaron con su hacha y afilaron las hojas, el árbol decía: “¡Ojalá cortaran ya! ¡Ojalá se terminara! Y luego no sentiría el frío invernal tan fuertemente, y podría vivir hasta la primavera; y me colmarían de luces, me adornarían y yo me vería tan hermoso como en un verano de fiesta”.

Y se alegraba mucho por anticipado y, mientras reflexionaba, un suspiro escapó de su corteza; las cortezas más pequeñas también se separaron, se oyó un chirrido y el árbol cayó al suelo con un golpe que le arrancó sus ramas.

El árbol recobró el conocimiento al ser cargado. Estaba al aire libre en el viento fresco y, por todas partes, a su alrededor, había un murmullo: “¡Hola! ¡Hola!” Parecía que el árbol iba a comenzar una marcha de triunfo, pero no era eso. En realidad, iba a sufrir.

La gente que le rodeaba hablaba de las hermosas fiestas de Navidad que habría y de cómo el árbol iría a ser embellecido. Y el abeto esperó, lleno de orgullo y de esperanza; ¡ya llegaba la alegría, ya llegaba la felicidad!

Y al fin, cuando lo levantaron, entre los saludos de “¡Hola! ¡Hola!” fue colocado en una sala, una sala grande y espléndida, pero él tenía una sensación extraña, y todo le pareció extraño. En la pared había cuadros, junto al estufa se ponían juguetes de porcelana que representaban lo que querían, pensaba el abeto. Al extremo del cuarto estaban colocados maniquíes en forma de pastores y pastoresas que parecían hechos de papel de crepé. Había soldados que se parecían al palafrenero de una carnicería, se parecían a esos que los niños obtienen por unos pocos centavos; los zapatos y las cimitarras brillaban como la hojalata, y un fuerte viento atravesaba la sala, de manera que el abeto se estremeció de frío y de anhelo; pero eso es algo de lo que un árbol no puede hablar.

En la esquina del cuarto, cerca de la ventana, había colocado un gran árbol que se había sacado del bosque entero. Pero éste no era abeto, no; y, sin embargo, no lo sabía. Su corteza no podía ser llamada corteza, y las ramas eran mucho más verdes, ¡sí, verdaderamente, mucho más verdes! y tenía colgadas muchas velas de colores y doradas y juguetes a la moda, que miraban tan bien y en tan buen estado, que fue un placer verlos. Y tenían el verdadero aspecto navideño; pero eso era una cosa que el abeto no podía alcanzar. Y aunque tenía un deseo más grande de sentirse hermoso y en buen estado, y de estar alegre en la víspera de Navidad, cuando estaba siendo encendidas las velas, eso se le concedió al otro árbol, el grande, y el abeto fue colocado en una sala oscura y olvidado, y nadie pensó en él.

Y ése era el abeto. Había pasado por tanto y había soportado tanto. ¡Ah! Sólo si hubiera sabido disfrutar mientras aún podía, si hubiera aprovechado sus días de juventud y no hubiera ansiado siempre el futuro, entonces hubiera tenido un buen momento.

Pero ¿qué tiene que ver el abeto con todo esto? La cosa es que el cuento habla de él, y aquí termina.

El Abeto de Andersen cuento orignal en español
El Abeto de Andersen, cuento orignal en español.