Pedro y el lobo (El pastor y el lobo) Fábula de Esopo

Un pastorcillo cuidaba cada día sus ovejas mientras éstas comían hierba. Pasaba el rato lanzando piedras y viendo hasta dónde llegaban, o mirando las nubes para ver cuántas formas de animales distinguía.

Le gustaba mucho su trabajo, pero hubiera deseado que fuera algo más divertido. Y un día, decidió gastar una broma a la gente del pueblo.

— ¡Socorro, socorro! ¡El lobo, el lobo! -gritó muy fuerte.

Al oír los gritos del pastor, los hombres del pueblo cogieron palos y bastones y corrieron para ayudar al niño a salvar sus ovejas. Pero cuando llegaron, no vieron ningún lobo. Sólo vieron al pastorcillo que lanzaba grandes carcajadas.

— ¡Os he engañado! ¡Os he engañado! -decía.

Los hombres pensaban que era una broma muy pesada. Le advirtieron que no volviera a hacerlo, a menos que, verdaderamente, estuviera allí el lobo.

Una semana después, el pastorcillo volvió a gastar la misma broma a la gente del pueblo.

— ¡El lobo, el lobo! -gritó.

Una vez más, los hombres corrieron a ayudarle y no encontraron lobo alguno; sólo al chico, que se reía de ellos.

Al día siguiente llegó de verdad el lobo de la colina para devorar unas cuantas ovejas gordas.

— ¡El lobo, el lobo! -gritaba el pastorcillo con toda su fuerza.

Los hombres del pueblo oyeron sus gritos de socorro y se rieron:

—Trata de gastarnos otra broma -dijeron , pero no nos engañará. 

Finalmente, el chico dejó de gritar. Sabía que los del pueblo no le creían. Sabía que no iban a acudir. Todo lo que podía hacer era quedarse allí, viendo cómo el lobo devoraba sus ovejas.